sábado, 12 de septiembre de 2009

El Hombre que Pesca 1.

Al principio de todo, el Hombre que Pesca se acuerda de un amigo. Se acuerda de una fiesta. Se acuerda de un rechazo.

Se halla en su bote, cuando cambia de rumbo interior.

- Las olas - le dice a la noche - me recuerdan... Me recuerdan cosas gratas y cosas terribles. Esta vida mía, a veces pienso, está llena de detalles que han sido, casi siempre, para mí mismo y nadie más... Y todo lo que pudiese decirle a otro o a otra (en esta soledad, me refiero), es casi siempre a la noche... A esta noche que me recuerda... Que a veces sueño que me recuerda... -.

El rostro del Hombre que Pesca sobre un madero del botecito, donde el único rumor era, hasta el momento, su presencia sobre el lago que, así lo llama, es hasta ahora su hogar.

El botecito es en realidad una casa. Flota en medio de un lago. Un lago en medio de un bosque. Un bosque en medio de la nada. Y por sobre todo eso, la noche, de la cual el Hombre que Pesca es uno de sus sabios más jóvenes. ¿Qué es la noche, para el Hombre que Pesca?

- Una eternidad que ha sido buena amiga, en lo bueno y en lo malo, y de la cual he superado más traiciones de las que jamás pensé.

El único problema del Hombre que Pesca, uno podría pensar, si se es tan joven como él, es que se siente muy a menudo un solitario incomprendido. Le gustaría que todo, el todo, el absoluto, fuese absolutamente bueno, aparte de bien encaminado. Y es por esto, que su sabiduría consiste de pocos ítemes reconocibles, aunque, claro, sea más bien profunda, a sus años y en las opciones de vida que ha tomado con el tiempo.

Y es por esto que, quizás, sin saber de quién cresta se trata realmente, llegarán tres muchachos, más o menos de la misma edad, aunque distintos, a tocarle su puerta un día de estos. Una puerta que es como la portada de un libro, y que, aunque el Hombre que Pesca no sea famoso, es uno de los umbrales más famosos que él conozca, pobre hermitaño, en su pasado, reconocido.

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