lunes, 13 de julio de 2009

Animales suicidas 4.

Mahäki sólo tiene 14 años. Ella tiene 17. La escena es, pese a todo, vulgar: dos menores iniciándose en el sexo mientras la Ciudad de Los Polos se cae a pedazos. No es penado, aunque dé pena. Y tampoco es penuria de blanco: allí hay pico, vagina, bocas y cuerpos, fluidos y marcas y todo aquello con lo que nacimos y crecimos, sólo que sin todo aquello que deberían o van a aprender. Ella es deseosa y frágil, él tonto e inocente. Ella le dice: "Conocí una vez una chica como tú, más joven que yo, que me confesó una vez un secreto enorme, un secreto que no es un secreto en lo absoluto, es sólo algo evidente que entre tanta máscara y arreglo social hemos olvidado. 'Las mujeres corremos peligro', me dijo. Aunque aterrada, no balbuceó; susurró y siguió de largo por la calle en que nos vimos esa única ocasión". El joven Sartori pasa un dedo por la aureola de su pezón puntiagudo y ella frunce el ceño antes de continuar. "Tú dirás 'los hombres también corremos peligro', pero no es cierto. Los hombres son educados, y más que eso, los hombres nacen sabiendo que aunque se murieran de golpe la cuestión sería, aunque violenta, bastante aceptable, predecible incluso. Las mujeres, en cambio, no hemos nacido, como ustedes los animales suicidas, para darnos golpes. Podemos intentarlo, y aunque te rías"

- No me río yo.

"somos más fuertes que ustedes. Pero dinos una sola cosa que nos toque la fibra sensible, y nos verán quebradas recogiendo los pedacitos y sin poder asumir ninguna derrota. Nos verás mintiendo en tu contra, riéndonos de cosas sagradas, llamando a mafias para que acaben contigo. Y acabarán contigo. Los genes no tienen nada que ver". El pequeño Mahäki Sartori se resguarda del frío debajo de las colchas. Ella mueve los brazos y las manos, sonríe y ríe juguetona, aunque mirando a nada, al techo, pensando lo que dice: "¡Y es que esa es su única superioridad! ¡Mueren preparados, sin sostenerse, como los perros! ¡No fueron creados para vivir y respirar contra el fracaso! ¡Nada saben, ni siquiera aspiran a la altura! Pero cuando se trata de caer como roble, ¡como todo un bosque caen estos lobos!".

El Pueblo Candy 1.

A ti, que de allá vienes, y aunque de allá no vinieras, no te sorprenderá su fama. Y es que en Venecia, como en todo espacio breve donde además habiten algunas ocurrentes criaturas subjetivas, sucedía demasiado y se decía todavía más de los Candys.

Cuentan los libros de Historia menos respetables, que el pueblo de Candy nació por sobre las costumbres aceptadas en la Ciudad Inundación. Mientras a los adriáticos les causaba problemas de distinto orden organizativo la marea alta, hallándose en correrías que inspirarían, con el pasar de los siglos, ciertos rituales festivos en España (probablemente porque muchos adriáticos huyeron a otras latitudes), los candynenses hallaban su único sustento, vale decir, el producto de sus infinitas habilidades de carpintería, en los pormenores de sus embrutecidos compañeros inhabitantes. Construcciones impresionantemente detallistas, de las cuales tanto Candys como Adrianes argumentaban y dibujaban sus posiciones en el Pequeño Universo Dialogante que era en ese entonces la Plaza San Marcos.

Superficialmente, los candynenses constituían el pueblo perfecto. Hacendosos, creativos y serviciales, lo único equiparable a su talento era su justicia y razón. Pero en lo profundo, lo que constituía al pueblo de Candy era la desesperación total. Bastaba haber presenciado el empeño veloz en el que construían diques, puentes y hamacas, para entender que su propia vida les importaba más que lo aconsejable (más, en el caso, poco usual, de que un Candy desease conocer realmente a uno de los pobres adriáticos que recorrían por kilómetros los recovecos de la ciudad, cuando ésta se sumergía por influencia de la luna). A modo de crueldad con quien no quisiera ser mejor que las olas, se les veía sonreírles cínicamente a los adriáticos, pese a que entre ellos, y en determinadas reuniones, soltaran más (o menos) de una vez (pero nunca ninguna vez) un atinado comentario sobre las virtudes de las gentes adrianas.

Y aunque tuvieran un par de virtudes los fuertes e intuitivos Pelagatos Nativos, lo que se veía en el resultado final, el resultado calculadamente candynense, es que la ciudad iba quedando más y más precisamente aproximada a la imagen y semejanza de un Candy. Situación que, de cualquier modo, no preocupaba ni debería haber preocupado al pueblo originario del Mar Adriático, pues bien se sabe que lo que mejor resiste la marea no es ni la inteligencia, ni la sabiduría, ni la habilidad.

Es la obstinación.

Horrores de la superficie 1.

Con mi padre vivíamos en las alcantarillas hasta hace unos minutos. Cuando ve que yo me traje mi conejo, se pone muy raro y me ofrece dejarlo atrás.

- La ciudad es amplia, habrá otros conejos.
- Pero a mí me gusta el mío.
- No será bienvenido aquí, te traerá problemas.
- Pero a mí me gusta el mío.
- Si insistes me harás enojar mucho.
- Pero a mí me gusta el mío.

Papá desenfunda su arma y, habiéndome levantado introductoriamente las cejas en señal de "te enteras", procede a matar a mi conejo de un disparo. Le pongo cara de pregunta suplicante, y él contesta de un modo parecido.

- Tan simple como eso - dice, mientras el breve humo de la pistola se disipa.

sábado, 11 de julio de 2009

Animales suicidas 3.

El Niño Araña le cuenta a Mahäki que el Planeta Tierra por dentro tiene esquinas. Mientras pasean por la calle de noche el joven Sartori silba pequeñito y el Niño Araña cuenta que hubo, hace miles y miles de años, una tierra que era sólo tejido sobre tejido, abundaban las chicas tontas y locas y Dios no tenía manos. El silbido que hace Mahäki es una variación de la nota Re. "Dios tenía muchos ojos, a pesar de que únicamente veía el Universo. Sus palabras no hacían al instante las cosas, lo iban construyendo todo de a poquito. Y era engañado por las chicas tontas y locas, yo creo que fue ahí que se enojó". Mahäki silba chiquitito y grave, chiquitito y agudo, grande y agudo, grande y grave, y hace eso que consiste en sonar cuando aspira y sonar cuando expira, para que la canción que va improvisando no se detenga nunca. "Dios se puso peludo. Y nosotros los Niños Araña nos pusimos peludos, a su imagen y semejanza. No contento con nuestra asimilación, Dios nos hizo una cicatriz".

- Quiero verla - se interrumpió el joven Sartori.

El Niño Araña se arremangó hasta el hombro y le mostró.

- ¡Pero si esto es un dibujo! ¡Te lo hiciste con un plumón, tú!

"Bueno... Yo soy de Tercera Generación. A nosotros no nos tocó la suerte que a nuestros predecesores. Pero mira, es bonito, tiene abdomen y....". Desvió la vista y volvió a arquear los labios en busca de melodía. Mahäki recuperó prontamente el ritmo deseado.

El Oficinista 1.

El Oficinista hace...

... click: "Paola Zoila... Poeta..."

¡Click!: "Martina Oliveira... Increíble que con ese nombre reciba esos comentarios..."

Un click: "Valeska Tolomeo... Otra poeta del grupo..."

Otro click: "Encuentro de Poetas Fenicia Pobreza... Las poetas fenicias..."

Dale que te ¡click!: "Poetas malditas... mujeres fatales..."

Un, dos, tres y... click: "A ver, fotos..."

¡Cliquiticlick!: "¡Malditas! ¡Fatales! ¡EL DEMONIO LAS HA CREADO!"

Click...

Rabia de la pesadilla 3.

Acontece en el sueño lo siguiente: Un dedo. Primero la yema. Luego el tronco y la dirección. Detrás, la mano. Y el brazo. La casa, el barrio. El país, el continente, el planeta, la luna. El universo cerrándose en un punto y otro. Soy yo.

El sueño enfoca mis ojos: Fuego. Primero el fuego de la rabia. Luego, el de la transa y la consumición. El pequeño incendio interior de la culpa, veo detrás de mis ojos que me arrodillé y quema. Y que sufrí sin ser valiente. Que fui traicionado por no responder a tiempo, por darle permiso a la hijoputez, por creer en la estrategia. Y de la estrategia al Gran Fuego de la Guerra Final, el final de un tiempo. La total devastación. El sol unitario.

Puteo contra la almohada: ¡Soy rata con la educación de un Pavo Real! ¡Tracionaré tu injusticia y te perdonaré si me lo permites! Despierto llorando y riéndome como un loco, frente a mi propia mano aplastada.

De la rabia - contra mí mismo - pinto un cuadro: Toda la maldad del mundo (el escenario), dibujada en coherencia (su naturaleza) con los habitantes (esos extraordinarios subvertidores en viaje). No lo cuelgo, sino que lo meto, incrusto entremedio de una repisa en el living, junto al primer bosquejo, las firmas de visitantes y uno que otro regalo de un amigo. Ese es su lugar.

La Mujer Sin Control 1.

La Mujer Sin Control le pregunta al Oso Polar cómo es que hace para resistir tanto, pero tanto frío: "

¿¡PERROCÓMÓHACÍSCON-CH-TU-MAREWN, yOmESTOICAGANDOeFRÍbrbrbrrr...


". El Oso Polar, muy voladamente, no le responde a La Mujer Sin Control, y en vez mira primero a la izquierda de La Mujer Sin Control, y, luego, a su costado contrario. La Mujer Sin Control pega un grito sin ataduras, y a continuación procede a descansar furiosamente con reconcentrados Intervalos de Aliento Incontrolables, y sin tratar de controlarse o de controlarlos (aunque esto último de un modo inciertamente indeterminado e impredecible).

Verde posible 2.

Ella le dice que, a pesar del Infierno por el que pasaron antes del ritual que aquí se describe, el que le ha ofrecido está bastante bien. Él se ríe: "Los monjes...", sigue riendo, "los grupos, las alianzas a muerte...", ella comienza a reír, aunque de un modo menos explosivo (sea ella excepcional, no hay mujer en el mundo que no posea cierto control sobre la situación), "las oh, misiones... las oh, freno, das...".

- Está muy bueno - dice ella: "Veo que quieres vivir, veo que quieres que vivamos" - Lo cosechaste bien.

- No lo coseché yo - dice él: "Y a medida que quiero, más veo, y entre esfuerzos y luminosidades soy capaz de soportarlo" -. Pero lo encaminé con corazón.

Verde posible 1.

Ella prende un pito y le dice que antes no fumaba, que antes no besaba, que antes no había chupado ni saboreado ni tragado el humo, y que en ese entonces, a pesar de lo que parezca, creía en la muerte como descanso. Ahora fuma y se va a morir, y lo que siente es venas, químicos, electricidad... Ella dice que se ve a sí misma como verde radiación, y que un discurso amable, políticamente amistoso, es el que sabe prometer y evita traicionar a toda costa. Pero cuando me siento traicionado, le dice él, por ti traicionado, ¿es culpa mía? Es culpa nuestra, le dice ella, y nos sentimos pequeños, y alrededor hay una enorme nada.

Lo que hemos creado juntos (este momento) podría cruzar oceanos y vidas, le dice él, y ella reafirma: "Somos infinitos mientras duremos un candy".

Rabia de la pesadilla 2.

Lo que ocurre en el sueño, o lo que alcanzo a ver que ocurre (bien se sabe que no sólo la conciencia, sino también lo que se alcance a presenciar del sueño, que en algún lugar se desarrolla, se extiende en un alcance relativo), es que una flor crece alta en un barranco, se lanza del barranco, cae y se trata de afirmar, pero es pisoteada y sigue siendo pisoteada por infinitud de entidades, a medida que el sueño avanza y la violencia comienza a despertarme.

Minutos después, con el corazón saliéndoseme, tomo una micro y en ella soy empujado por una vieja nana. Tras ella me bajo yo, le toco el hombro, y al darse vuelta le aforro una patada en la cara, y le sigo rompiendo la cara a pesar de que, en su súplica, me hable de conciencia, de humanidad, de compasión...

Continúo por la calle (el destino al que me llevaba la micro es borroso) y entro a una iglesia. No es muy concurrida, como cualquier convento un lunes por la mañana, pero igualmente hay un Cura, al cual me acerco para confesarle lo que le haré, Dios se compadezca...

Dioz 2.

Digamos que, tras despertar de otro mundo más amplio a éste, donde, de momento, no hay nada más que él, y recordar una y otra cosa (que lo desesperan), trata de dormir. Y aunque no lo consigue, convengamos en que esto es porque se trata de un sueño. O mejor: es como un sueño. Y en su seudo-sueño hay habilidad racional, es consciente; agregemos eso.

Lo único imposible del sueño es soñar que uno se duerme y sueña otra vez. Si la vida fuese un plato de Sashimi o una carta de flor de cartas, cualquier forma en que la concibamos, no dejaríamos de abrir los ojos por la mañana ni de respirar como lo hacemos, pues hay algo superior a nuestra voluntad e imaginación: Lo real.

Aunque lo que sueñe a continuación sea absolutamente acostumbrado en torno a la lógica y dinámica del inconsciente y el fluir del deseo y todo eso que puede o no regir el orden de un sueño, él nunca se da por aludido de que es eso lo que experimenta, quizás porque (y esto él tampoco lo sabe) aquello a lo que podría despertar ya no existe.

Zanjemos que se ha acabado su mundo anterior.

viernes, 10 de julio de 2009

Los cartógrafos alienados 1.

- Acabo de tener la impresión
Y con lo caros que están los cartuchos...
- de que
Se dice planamente "que", digo yo ¿no?.
- sobre nosotros
Mucho hay, tanto arriba como abajo.
Y todo es presión, o impresión, como dices al principio.
- De que sobre nosotros pende un fantasma.
Entremedio de nosotros será.
- Sí, ¡verdad!, la silla vacía que hay entremedio. ¿No era musical?
Era ¡pop!, la música saltaba de la silla, aunque no hubiese nada sobre ella.
La silla reemplazaba la ausencia total; de silla, de posibilidad de ocupante.
Nos estamos poniendo literatos, cabros. ¿Hablabas de un fantasma?
- El fantasma es el que nos haría hablar.
Sobre fantasmas nos haría hablar... Son tan autorreferentes, no pueden soportar que lo suyo sea tragedia.
Volvamos a nuestro mapa mejor.
- Sí, lo que yo decía, mira.
Para eso vinimos, para lo que tú decías, para lo que mirabas.
- Nosotros siempre hemos venido aquí, aunque no fuera por mis palabras o mis ojos.
Desde lejos, sí.
Ni siquiera nos saludábamos al llegar. Pasábamos al mapa sin mediar en insultos.
- Y con el mapa justo en medio de la cuestión.
La Mesa era la cuestión.
- Y era curioso, porque
todos veníamos con un mapa en la polera.
Nadie se daba cuenta que era un mapa. Creían que eran impresiones de fotos viejas.
O fotos de pueblos.
- O rayones infantiles. Eran mapas.
- Y en vez, lo que todos hacían eran mirar el mapa sobre La Mesa. Nosotros nos sentábamos a la mesa, a veces también nos daba por mirar el mapa.
Era una amante, La Gran Amante.
Era nuestro ícono.
- Nuestra cara hacia afuera, la gente nos daba significado por sentarnos aquí todas las tardes de sábado y venir al mapa y la mesa, con una silla de sobra...
Éramos como los tres mosqueteros. Faltaba Dartagnan.
- Qué cita, hombre, Los Mosqueperros, qué nostalgia.
La Mesa era lo que más me gustaba a mí.
- Muy bien diseñada, caótica, de madera bruta, con cortes rabiosos... Estoy muy de acuerdo.
Y mi polera era fascinante.
- Tu polera no me gustaba a mí.
Culiado, yo por la tuya me la jugaba al menos.
- Y el mapa me gustaba un poco, también.
¿El mapa? Son tus particularidades y... Bueno, qué le vamos a hacer. Así eres tú, y así te queremos, pese a las diferencias.
- ¿Sería por el fantasma, que nos miraba y se acercaba la gente?
- No importa. Nada de eso importa. Lo esencial es que aparte del mapa al centro, nosotros llevábamos poleras que eran mapas ocultos.
Y que esas poleras algún día las verían todos.
- Y que nos sentábamos a La Mesa, esperando que las vieran y se maravillaran como si ante el final de mundo estuvieran.
- Cordilleras, éramos.

Animales suicidas 2.

"¿Andas buscando una moto?" La que habla es G. Mahäki tenía el rostro semipetrificado, estaba tan concentrado en la reflexión que parecía haberse desvanecido, eso hasta que G. volvió a sacar el tema. Entonces, lo que hizo fue mirarla al rostro, como si no comprendiera de qué le hablaba, y luego asentir.

- Sí, mi hermano Charly y yo...

No alcanza a terminar la frase, pues G. atraviesa la habitación hasta el ventanal, y, mirando hacia un punto impreciso, reflexiona: "Mi cuerpo, como esta ciudad, está cubierto de señales. Arrugas, tatuajes, ¿a qué apuntan? Si estas son las arrugas de un cuerpo que solía ser joven, ¿podría yo, cuando joven, podría mi piel tersa y sin mayores rastros ser la indicación de una juventud ulterior? Mira esto". G. desnuda su hombro y le pide al niño que se acerque. La figura tatuada es una chica, de rasgos orientales-indígenas como Mahäki, de pelo verde oscuro, maquillada y decorada para la guerra. "¿Qué te recuerda? Porque veo en tus ojos que algo te recuerda. ¿Ni idea? Quizás algún día sepas, te llegue como por un satélite la referencia, y sientas que de algún modo algo se ha recuperado. Cuando suceda, ¿sería ese el principio de esta mujer, o de la mujer que la sostiene?". Mahäki recuerda de pronto que el nombre de G. es Guacolda Tucapel. G., de hombro descubierto, se iergue en el balcón mientras observa un punto impreciso, un sitio que Mahäki, por su escasa vista o por su posición, no consigue azir. "Esta ciudad entera no es más que una señal de otra señal, de otra. Yo misma no soy Mapuche, ¿importaría si lo fuera y mi nombre completo no? Ponte que me llamara Giocconda Pellman...". El tatuaje, esta vez balanceándose, bailando. "¿Mario Santos? ¡Te quité toda alma!".

- ¿Pero la tenía? - dice Sartori tímidamente y como tratando de aprehenderse a las palabras de la mujer tatuada -. ¿Y Mario Santos no la tiene?

G. ríe, posiblemente acordándose de algo. Luego, lo larga: "Tengo un animal suicida, también. Pero esa piel no la verás, pequeño. Tú lo que quieres es una moto...".

Rabia de la pesadilla 1.

Lo primero en el sueño, es que yo le comentaba a la Reina que su Duquesa brillaba de hermosura. Al instante, mi cuello y lo que por encima asomase peligró. Corrí: tras la colina, bajando por las canaletas de Pueblo Milagro, una villa de mil duendes y unos cuantos gnomos, que a lo lejos, no sé si por la configuración espacial o por la temperatura del valle, me hicieron recordar un manicomio, un regimiento y una cárcel, todo al mismo tiempo. Era curioso que, hasta aquellos que merecían (para sus altos regidores) la condecoración de educados, así como aquellos que eran aplaudidos (por sus bajos sostenedores) como líderes esenciales, todos sin faltar uno estaban locos. ¿Qué hace a un loco? El afán de desconocer, la celebración de ignorar expresamente lo que cada quién merece. Atravesaba yo este páramo cuando un león, que parecía un alien y se creía Dios, se me tiró encima y apuntó con sus fieras mandíbulas a mi cabeza.

Desperté maldiciendo, pero como se trataba de un sueño, mi rabia no tenía objeto real. Así que hice lo de siempre: dibujé en un gran lienzo lo ocurrido, lo vitalicé (X = 1973), y luego lo dejé junto a mis otras historietas en el lugar sagrado que han merecido, debido al tiempo, mis asuntos espirituales.

miércoles, 8 de julio de 2009

Dioz 1.

Originemos por un momento una ficción que contemple el que, antes de que este mundo se levantase en sí mismo - esta realidad autosustentada con sus reglas convencionales -, existía otro plano más grande, complejo, caótico y desbordante, con sus propias convenciones, sustentos y habitantes, los cuales a su vez lo subjetivaban y torcían y ampliaban. Digamos luego que de allí, centraremos nuestra atención en un ser, uno básicamente igual a nosotros, el que, emborrachado más de la cuenta, o caído de la escalera, accidentado por algo común se fue a blanco, se le apagó la tele, desapareció y resurgió en este sitio, el que llamamos nuestro. Sólo que de este lado, todavía no existía lo que conocemos por universo de posibilidades, materia, conjeturas, ilusiones... Estaba él, nada más. Solo, y temeroso del vacío y su soledad. Definamos, además de su miedo, su vestimenta: una camisa de hospital y una etiqueta con su nombre.

- Dioz... - leyó susurrando.

Agreguemos, para ponerle sazón, que, del otro mundo, el que aquí llamaremos "Diocito" se había estado queriendo despedir. Unas últimas cartas a su madre con sutiles guiños, una llamada a su hermana (que no contestó), unas peleas y reconciliaciones que lo dejaron vacío, un boleto de tren para escapar de una fatalidad inminente. Cosa curiosa, lo primero que hizo en este espacio fue tratar de recordar al reino anterior. Movimientos alocados e inútiles, ademanes de querer rayar en el vacío un nombre, una palabra. Todo futil.

De pronto, una imagen se le presentó: Él y un otro, irreconocible, conversando en un bar. Y luego su padre, abrazándolo. Y luego él mismo, en el andén, susurrándose con voz cortada: "Diocito... Diocito... Diocito...". Cerró los ojos, tratando de borrarla, de borrarlo todo y dormir, pero nada.

De una muerte imaginable había pasado a una fantástica y tangible desesperación.

Animales Suicidas 1.

Charly Kafka dice: "Aquí nada es real. Podría decirse que es una broma, pero tampoco. Yo no me río con esta jaula, esta prisión, este circo para animales suicidas". La cámara enfoca su rostro, pero de su rostro se ve sólo un diamante del perfil izquierdo, por culpa de las sombras y de la capucha que lleva cubriendo medio cráneo. Charly es calvo. Su cabeza tatuada y sus ojos enteramente blancos, ciegos, parecieran querer decirnos algo sobre la noche que pende sobre ellos dos, sobre él y sobre Mahäki Sartori. "Aquí no hacemos nada. Quiero decir que nos dedicamos a respirar y a sufrir los embates de nuestro pulso cardíaco. Nadie sabe lo que le hace el corazón a un ser consciente de la nada. Mira alrededor tuyo, todo este vacío es una ofensa para nuestra velocidad inherente. Y ella, nuestra velocidad, lo reconoce y hierve de rabia". El pequeño Sartori no sabe qué responder, así que hace una mueca de asentimiento y procede a prender un apurado cigarrillo. "Hemos de escapar. Un día de estos, salir, fugarnos. Tomar una de las motos que dejan sin llave, tú sabes cómo hacer funcionar esas mierdas. Paramos un par y nos largamos de aquí. Yo sé dónde pueden refugiar a unos parias como nosotros. Yo sé que como mercenarios lo haremos bien, podremos trabajar de ahí en adelante, cobraremos por misiones, y lo que sea que debamos llevar a cabo... qué importa, nunca nos faltará pan".

- Ni espacio.

"¡Bendito espacio, Mahäki! ¡Nada nos faltará!".