lunes, 13 de julio de 2009

El Pueblo Candy 1.

A ti, que de allá vienes, y aunque de allá no vinieras, no te sorprenderá su fama. Y es que en Venecia, como en todo espacio breve donde además habiten algunas ocurrentes criaturas subjetivas, sucedía demasiado y se decía todavía más de los Candys.

Cuentan los libros de Historia menos respetables, que el pueblo de Candy nació por sobre las costumbres aceptadas en la Ciudad Inundación. Mientras a los adriáticos les causaba problemas de distinto orden organizativo la marea alta, hallándose en correrías que inspirarían, con el pasar de los siglos, ciertos rituales festivos en España (probablemente porque muchos adriáticos huyeron a otras latitudes), los candynenses hallaban su único sustento, vale decir, el producto de sus infinitas habilidades de carpintería, en los pormenores de sus embrutecidos compañeros inhabitantes. Construcciones impresionantemente detallistas, de las cuales tanto Candys como Adrianes argumentaban y dibujaban sus posiciones en el Pequeño Universo Dialogante que era en ese entonces la Plaza San Marcos.

Superficialmente, los candynenses constituían el pueblo perfecto. Hacendosos, creativos y serviciales, lo único equiparable a su talento era su justicia y razón. Pero en lo profundo, lo que constituía al pueblo de Candy era la desesperación total. Bastaba haber presenciado el empeño veloz en el que construían diques, puentes y hamacas, para entender que su propia vida les importaba más que lo aconsejable (más, en el caso, poco usual, de que un Candy desease conocer realmente a uno de los pobres adriáticos que recorrían por kilómetros los recovecos de la ciudad, cuando ésta se sumergía por influencia de la luna). A modo de crueldad con quien no quisiera ser mejor que las olas, se les veía sonreírles cínicamente a los adriáticos, pese a que entre ellos, y en determinadas reuniones, soltaran más (o menos) de una vez (pero nunca ninguna vez) un atinado comentario sobre las virtudes de las gentes adrianas.

Y aunque tuvieran un par de virtudes los fuertes e intuitivos Pelagatos Nativos, lo que se veía en el resultado final, el resultado calculadamente candynense, es que la ciudad iba quedando más y más precisamente aproximada a la imagen y semejanza de un Candy. Situación que, de cualquier modo, no preocupaba ni debería haber preocupado al pueblo originario del Mar Adriático, pues bien se sabe que lo que mejor resiste la marea no es ni la inteligencia, ni la sabiduría, ni la habilidad.

Es la obstinación.

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