viernes, 10 de julio de 2009

Rabia de la pesadilla 1.

Lo primero en el sueño, es que yo le comentaba a la Reina que su Duquesa brillaba de hermosura. Al instante, mi cuello y lo que por encima asomase peligró. Corrí: tras la colina, bajando por las canaletas de Pueblo Milagro, una villa de mil duendes y unos cuantos gnomos, que a lo lejos, no sé si por la configuración espacial o por la temperatura del valle, me hicieron recordar un manicomio, un regimiento y una cárcel, todo al mismo tiempo. Era curioso que, hasta aquellos que merecían (para sus altos regidores) la condecoración de educados, así como aquellos que eran aplaudidos (por sus bajos sostenedores) como líderes esenciales, todos sin faltar uno estaban locos. ¿Qué hace a un loco? El afán de desconocer, la celebración de ignorar expresamente lo que cada quién merece. Atravesaba yo este páramo cuando un león, que parecía un alien y se creía Dios, se me tiró encima y apuntó con sus fieras mandíbulas a mi cabeza.

Desperté maldiciendo, pero como se trataba de un sueño, mi rabia no tenía objeto real. Así que hice lo de siempre: dibujé en un gran lienzo lo ocurrido, lo vitalicé (X = 1973), y luego lo dejé junto a mis otras historietas en el lugar sagrado que han merecido, debido al tiempo, mis asuntos espirituales.

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