lunes, 7 de septiembre de 2009

Animales suicidas 5.

"Sí", les dice el señor Morado, "yo tengo las motocicletas. Las exactas que andaban buscando. Las únicas que nos quedan a nosotros, pobres topos vagabundos, las únicas para quien sea que se asome por la superficie de esta fría y árida latitud, quiera o no un modo de transportación, ¡pero tenga ojos, si están casi nuevas!". Charlie K. posó encima de ambas motos su palma abierta, dijérase que con el propósito secreto de que la cicatriz en medio comprobara a través del frío del metal su estado y uso. "Estas cletas robots... ja, supieran por lo que han pasado. Desde el Cataclismo 7 que nadie las usa. Mi familia las guardó secretamente, por si acaso alguien las necesitara y tuviera con qué compensarme a mí, el heredero, cuyas pocas habilidades en la infancia me dieron a sus ojos un futuro económico poco auspicioso. Y fue más o menos así, pero no por mi culpa. Todo lo que yo sabía hacer, equidistante de la mecánica, era dominar idiomas. Pero luego, cuando se acabó el petróleo, cuando quedamos todos separados y la electricidad dejó de llegar a todas partes, y a casi todos nos dio por hablar, como ahora, en el código colorido de las emociones, cada vez más seguros de que lo importante no era La Palabra o The Word o Žodis o lo que fuera, sino jamás volver a amenazar diciendo algo, porque entonces te linchaban y de esos grupos que se armaban había generaciones enteras que se veían malditas de la noche a la mañana... Un desastre, sinceramente. Entendíamos demasiado que ya nadie se acordaría de La Ciudad de Los Polos". Charlie le señala a Mahäki con el dedo en gesto divertido uno de los mapas que hay colgados en la pared, junto a otras fotos de la época antigua, pósters y publicidad descontinuada. "Las motos, por supuesto, no valen nada, y, como bien han de suponer por el que yo los haya dejado entrar, su familia tenía buen trato con la mía. Así que las únicas cláusulas son las naturales: aprendan a usarlas. Son humanoides, por lo que no habrá problemas con el combustible. Con alcohol será más que suficiente". Mahäki sonríe tiernamente y Charlie K. parece estar a punto a saltar y abrazarlo con una lágrima corriéndole por la sucia mejilla. "Hay un pequeño detalle, sí", cuenta el señor Morado, mirando por la ventana, probablemente al sitio en que las dos motorizadas se hallaban antes de meterlas a la casa, "las cuestiones esas tienen clave. Una vieja costumbre de la familia, ponerle clave de activación a todo lo que usaran, en caso de robo. El caso es que... pues que no la conozco. Mi familia murió siendo yo muy niño, y a esa edad no se estilaba darte a conocer los secretos más importantes".

- ¿Y entonces? - espetó Mahäki, curiosamente tenso, tenso por primera vez en muchos años, dándole cierta inusitada estridencia a la gesticulación de su pregunta. Charlie Kafka no podía articular palabra.

"Entonces, que han de escucharme con mucho detenimiento, leer todos los archivos que guardo aún de mi familia, vagar por estos parajes y por los paisajes mentales de cada historia, de cada recuerdo. Y quizás así, quizás sólo así, encontrar, o imaginar, o recibir de alguna secreta iluminación, lo que pueda ser el password que necesitan. ¿Es su futuro lo que está en juego?".

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