lunes, 7 de septiembre de 2009

La colección de abismos 1.

Debido a los abismos, que en el tiempo de vida de cada quien hay recolecciones enormes, uno aprende, uno va complejizando la propia sabiduría, al mismo tiempo que su cuerpo va debilitándose, tras chocar y rasparse, desgarrarse y aturdirse durante las tentadoras caídas, o con los escupos y misiles que provengan del fondo.

Guardo en el presente uno, quizás dos de características similares, que suele(n) escabullírseme del armario donde lo(s) escondo de las visitas, más que nada por su constitución salvaje y sin que yo le haya dedicado tanto tiempo a amaestrarlo(s), pues me he visto de algún modo impedido.

Lo que sucede con este tipo de abismos es que descubren telas de la realidad, abren y dejan abiertas puertas y ventanas a determinada distancia de la habitación temporal o del espacio físico posible que ocupe uno mientras la piensa, la intuye, la desea (cuestión necesaria para cualquiera que espere de la vida una prolongación, a momentos inaccesible, de sus propios sueños u obsesiones). Cuando descubrimos un saber posible y desconocido, un sitio visitable que no ha sido visitado, una sensación (como la plenitud, por ejemplo) que requeriríamos porque nos la imaginamos buena, solemos tener, además, un sentimiento de eternidad, que nos lleva a imaginar la ilusión vital como algo más que un cuerpo desde el que lo vemos todo, hecho de pequeños trozos unidos que observan por un centro construído especialmente para esta tarea una pantalla, y lee, y a veces saca conclusiones, o escribe, sin que nada más afecte la experiencia humana que la ideación infinitizada que nace del lenguaje y el progreso de la putrefacción que somete lo biológico. Resulta atractivo desviarse del bloqueo a la seducción, que plantea el estado detenido de las cosas físicas reales (esa energía condensada de la que hablaba Bill Hicks), y caer por estos precipicios salvajes que más de una herida infligen en el espíritu si se los deja demasiado libres.

Pero ciertamente que he de atarlos y enseñarles más de estas tres o cuatro cosas que he aprendido yo mismo, con el tiempo, gracias a su comportamiento inesperado. Por más que me fascine su capacidad de ampliar la vida, también cumplen con exceso el rol de quitarme la fe (la cuasicerteza) en la realización de las posibilidades imaginadas, y quizás no haya alma peor pagada, que la que tras haber caído sale a un precipicio  invertido, el celestial infierno de lo imposible.

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