domingo, 13 de septiembre de 2009

Dioz 4.

Así, lo que vemos es a Diocito, y a un Diocito que se halla frente a él, pero que, en medio de la nada que es su mundo actual, es exactamente el mismo. Lo llamaremos: "O.Y. Diocito", en tanto es el Otro Yo de Diocito, al que, a su vez, llamaremos Diocito Uno, siempre que halla que diferenciarlos.

- Oye, Diocito - le dice el otro.
- Dime, yo - le dice el uno.
- Creo que es importante que, si vamos a vivir juntos en medio de esta oscuridad tan similar a la noche, regularicemos el asunto, y lleguemos a un acuerdo.
- Muy bien.

El acuerdo fue el siguiente (y quizás fue el acuerdo que siempre hubo, sólo que esto, Diocito no lo sabía): Ambos (el diocito uno y el diocito otro) se tragaron una pequeña, pequeñita piedra preciosa que hubiese creado el otro de sí mismos, de acuerdo a sus necesidades.

Tal cual: sucediera lo que sucediera, la gema resonaría, avisando de lo que sentía, pensaba, planeaba o meditaba el otro del uno y el uno del otro.

Y como eran piedras que habían creado especialmente para esas circunstancias...

... no podía haber engaño, diría su abuelo Julio ("¡Aunque de mí se acuerde sólo cuando le conviene!").

- ¿Es el sonido que hacen los pájaros algo mejor que el silencio? - se preguntaron, por último.

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